Cuando intentamos hacernos cargo de lo que no nos corresponde
«Es más probable que a la valla le crezcan raíces que consigas que otro cambie.»
Igual que muchas veces no vemos las jaulas mentales que nos encierran (como comenté en este artículo sobre las jaulas), también nos ocurre a veces que no vemos lo infructuoso de intentar hacer feliz al otro.
Jugar al disparate
Cuando mis hijos eran pequeños me gustaba jugar con ellos y contarles cosas disparatadas que ellos ya reconocían como imposibles.
Cosas como, por ejemplo, que por qué no plantábamos un juguete para que creciera un árbol de juguetes.
Me encantaba verles reír.
Porque, cuando sabemos que estamos jugando al disparate, puede ser muy divertido.
Ubicarnos en lo que sí nos corresponde
Sin embargo, como adultos, a veces jugamos al disparate sin saber que estamos disparatando.
Ubicarnos en nuestra vida y saber qué nos corresponde y qué no se me antoja como uno de los asuntos fundamentales para estar bien colocados y sentirnos en paz.
Sobre todo en cuanto a relaciones en general y, especialmente, en relaciones de pareja.
Cuando tratamos de cambiar al otro
Por ejemplo, pretender responsabilizarnos de los asuntos internos del otro, pretender que el otro sea feliz, que se sienta bien o que cambie algo que consideramos erróneo… vendría a ser como si esa valla de la foto pretendiera echar raíces en la tierra: un disparate im-posible.
No puede ser.
No corresponde.
Igual que la valla no puede enraizar ni puede crecer o dar frutos, nuestra intención de generar cambios en nuestra pareja tampoco los dará.
Y responsabilizarnos de lo que le corresponde no le hará feliz –aunque, temporalmente, lo pueda parecer–.
“Yo por mí, tú por ti”
«Tu felicidad y tu paz son tu responsabilidad. Su felicidad y su paz son su responsabilidad.»
O, en términos sistémicos: “Yo por mí, tú por ti.”
(Esto nos puede conectar con la sensación de egoísmo –quizás, en otro post, hable de la responsabilidad y de la confusión que hay entre el egoísmo y la individualidad sana–, fruto de la cultura y la educación que hemos recibido y que puede ser útil cuestionar).
La valentía de ocupar tu lugar
Ocupar el lugar que nos corresponde en nuestra propia vida y en la de los demás es un signo de madurez y de adultez que requiere de una buena dosis de valentía –la misma valentía que se requiere para iniciar un proceso terapéutico auténtico–.
Y esto ocurre porque nos confronta con unos cuantos de nuestros miedos: el miedo a que no nos quieran, a que nos rechacen, a ser “malos”, a tener que responsabilizarnos realmente de nuestros asuntos y dejar de distraernos con los de los demás… entre otros.
Las dos pistas: debilidad y frustración
¿Y cómo podemos saber si nos estamos haciendo cargo de lo que no nos corresponde?
Hay dos pistas: la sensación de debilidad y la frustración.
La sensación de debilidad, porque estamos destinando nuestra energía hacia un lugar que no es fértil (como si la valla tratara de enraizarse con todas sus fuerzas).
La frustración porque estamos tratando de conseguir un imposible que, por imposible, no podremos conseguir: que otro sea feliz por algo que nosotros hagamos o dejemos de hacer es tan probable como que a la valla le crezcan minivallitas que un día crecerán y serán vallas adultas.
Una invitación a la presencia
Poner claridad en la confusión y allanar el camino hacia un estado de presencia, madurez y bienestar es parte del proceso terapéutico que ofrezco. Puedes comenzar dándote cuenta de cómo te sientes cuando no complaces a tu pareja o cuando piensas que sería mejor si tu pareja hiciera algo distinto de lo que está haciendo. Verás, ahí, cómo aflora el sufrimiento.
«Decidir ocupar tu lugar es un gesto de amor contigo mismo y con el otro.»
¿Te ha pasado algo como lo que nombro alguna vez?
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